domingo, 25 de febrero de 2024

RAMON IGNACIO MÉNDEZ (1761-1839).

 

RAMON IGNACIO MÉNDEZ (1761-1839).

 Manuel Donís Ríos (*)

 Ramón Ignacio Méndez De la Barta nació en la ciudad de Barinas en 1761,  en el seno de una familia de grandes posibilidades económicas y de bien ganada reputación como personas distinguidas, correctas y generosas. En 1790 se trasladó a Caracas y se ordenó de sacerdote en 1797. Dos años después obtuvo el grado de Doctor en Cánones y al siguiente el doctorado en Derecho Civil. Por esta preparación y su gran capacidad de trabajo, el obispo de Mérida Hernández Milanés lo nombró su Provisor y Vicario General. Fue profesor de Derecho Canónico y en 1805, Rector del Real Colegio Seminario de San Buenaventura de Mérida.

Asistió como diputado por Guasdualito al Congreso Constituyente de 1811. En la sesión del 3 de julio, luego de un serio enfrentamiento con Miranda que casi llegó a los golpes, pidió le resolvieran una seria contradicción: Quienes deseaban proclamar la independencia eran los mismos que a partir de 1808 se habían declarado los más fieles vasallos de la Corona española. Una vez aclarado el punto por el diputado Juan Germán Roscio, el padre Méndez suscribió la independencia absoluta de Venezuela.

 

Fue víctima del movimiento represivo desatado a raíz del desconocimiento de la Capitulación de San Mateo por Domingo de Monteverde. Preso en Barinas, fue llevado al castillo de Puerto Cabello y luego liberado en septiembre de 1812. Cuando Bolívar pasó por Barinas en1813 en medio de su Campaña Admirable lo nombró Gobernador Supremo Eclesiástico, recomendándole que se esforzara en pedirle al clero el patriotismo de los pueblos, con la finalidad de que de forma unánime contribuyeran a restablecer la independencia y libertad del resto de Venezuela.

 

En 1816 Méndez se incorporó al ejército de Páez y estuvo en las acciones de Trinidad de Arichuna, batalla de El Yagual y toma de Achaguas.

 

En su  Autobiografía Páez destaca que en El Yagual los clérigos Ramón Ignacio Méndez  N. Becerra, Trinidad Travieso y el coronel presbítero José Félix Blanco “ vinieron a participar en la lucha y dieron con su ejemplo y sus palabras gran ánimo a los combatientes ”. Una faceta del padre Méndez que lo muestra valiente en los momentos difíciles en los que hay que serlo. Capellán pero con una lanza en la mano, a caballo, partiendo como un rayo hacia las primeras líneas, jadeante, sudado él y su cabalgadura, en el lugar donde se decide la contienda, animando con su palabra y su ejemplo, echando por tierra lo que para la Iglesia debía ser el comportamiento de un capellán castrense.

 

Méndez cambió la lanza por el atavío del parlamentario a partir de 1819. Estuvo presente en Angostura para el momento en que se instaló en dicha ciudad el célebre Congreso. Fue Senador en los Congresos de Colombia en 1821, 1823, 1824, 1825 y 1826. En todos se distinguió. Acepté ese oficio, dijo, “ tanto  por responder al deseo de estos religiosos pueblos, como para no omitir cuanto pudiera hacerse en bien de la religión y de la Patria”.

 

 

En 1826 fue expulsado de la Cámara por abofetear al senador Diego Gómez durante una acalorada discusión en el Senado cuando se discutía el proyecto de ley sobre la edad en que habían de hacer sus votos religiosos los individuos de ambos sexos. Resulta una constante hacerse eco del carácter violento e intolerante del arzobispo Méndez. Gil Fortoul dijo de él que era “un cura de armas tomar y golpes dar”. Para algunos su intransigencia trajo como consecuencia los conflictos y desavenencias con el Estado que tanto daño hicieron a la Iglesia. Tenía un carácter recio y muy firme, sin duda, pero estaba en función de los intereses de la Iglesia. Al revisar sus escritos resaltan de inmediato sus dotes de espíritu, su cultivada mentalidad, la entereza de su carácter y resulta imposible tacharlo de ignorante ni de corrompido. Directo en sus observaciones, enemigo de atajos, pastor diligente y celoso, ardoroso en la defensa de los derechos de la Iglesia, rechazó toda imposición del poder civil sobre los privilegios de la Iglesia; de allí su posición cerrada y de enfrentamiento con los representantes del Estado.

 Como sobreviviente del antiguo orden de cosas, se identificó con los ideales políticos de Bolívar, quien, dejando de lado el lenguaje directo e hiriente de sus relaciones con la Iglesia Católica, se inclinaba hacia una posición más conservadora que permitiera mejorar las relaciones con la Santa Sede. En 1827 el Libertador recomendó su nombre al Congreso para que ocupara la silla episcopal de Caracas. Electo, Méndez prestó el juramento de cumplir la Constitución y Leyes de la República en Bogotá, el 19 de julio de 1827. En enero de 1828 fueron recibidas las Bulas de institución expedidas el 20 de mayo

de 1827, luego de su confirmación el 25 de junio de este mismo año por León  XII. Méndez pasó a Mérida y allí fue consagrado. Entró en Caracas el 11 de mayo de 1829 y fue recibido en medio del regocijo general que con José Antonio Páez, jefe superior civil y militar del Departamento de Venezuela, a la cabeza saludó al glorioso veterano de la independencia, convertido en pastor espiritual de la Iglesia venezolana.

Se iniciaba así, con los mejores augurios, el mandato de Ramón Ignacio Méndez, primer Arzobispo de la era republicana. Se encontró con un nuevo Estado y unas elites recelosas producto de las pugnas y tensiones acumuladas durante la larga contienda. Estas, sin los líderes religiosos que la orientasen, se revistieron gradualmente de una posición anticlerical que apuntaron a fortalecer un catolicismo independiente de la Santa Sede. La francmasonería, por su parte, estimulaba el sentimiento anticlerical.

La situación política interna y externa del país era difícil y se complicó aún más a partir de 1826 con La Cosiata. Las tendencias partidistas iban en diferentes direcciones: bolivarianismo, paecismo y santanderismo. Méndez se mostró favorable a la dictadura de Bolívar en 1828 y por ello se ganó la enemistad de muchos venezolanos respetables, pero no se crea que esta adhesión era irreflexiva o producto de una admiración sin límites, o de una amistad profunda. No. El Arzobispo vio en Bolívar la “única salvación de la moralidad, el orden civil y la religión” de Colombia. En las Actas del Congreso de Colombia de 1821 hay un voto salvado de  Méndez que demuestra hasta dónde llegaba su rectitud y sensatez como hombre público. Se discutía un proyecto de decreto en relación con los honores y premios a los héroes de Carabobo y una de las disposiciones ordenaba la colocación en los salones del Senado y la Cámara de Representantes del retrato del Libertador. Algunos diputados llegaron a pedir que se colocara dicho retrato bajo el solio de la Presidencia, pero Méndez consideró que el proyecto era inconveniente y que sentaba “ un precedente funesto para la república y contrario a los propios sentimientos de Bolívar ”. Con igual celo y energía se propuso resolver los inmensos problemas de su diócesis. Combatió enérgicamente todo aquello que consideró un atentado al dogma y contrario a la autoridad de la Iglesia. Se empeñó en lograr la resurrección del Seminario, esforzándose por reunir los pocos religiosos existentes. Las relaciones entre el Estado y la Iglesia se hicieron más difíciles. El Estado se empeñó en desarrollar un proceso de secularización y subordinación de la Iglesia al poder civil, lo cual pasaba por la disminución de los fueros y facultades de la Iglesia, la libertad de cultos, la eliminación de los diezmos, la promulgación de la ley de asignaciones eclesiásticas, la regulación de los réditos píos, la disminución de los días festivos y la secularización de la enseñanza, entre otros aspectos. El eje de todo era el Patronato eclesiástico. Para el Estado, la institución eclesiástica debía estar supeditada al Estado. Para la Méndez esto era  inadmisible. En carta a Páez fijó su posición: “ La Iglesia y su divino Fundador me han enseñado cuándo es que esta ley originaria y sobrenatural es violada, y cuál es la firmeza que, como Obispo, debo oponer a las maquinaciones de la impiedad e irreligión. Toda consideración, todo respeto, toda prudencia que no sea sino humana, me está absolutamente prohibida, y la misma vida es el menor sacrificio que debo ofrecer, antes de concurrir de cualquier modo, ¿ qué digo ? antes de callar siquiera, al ver amenazadas y en peligro la religión y la Iglesia ”. Méndez se negó a jurar la Constitución de 1830. Sus objeciones de fondo: El texto constitucional omitía cuál era la religión del Estado; y no señalaba expresamente que la religión del Estado era la católica. . El 17 de noviembre de 1830 el Gobierno lo declaró privado de su autoridad y jurisdicción eclesiástica que hasta ahora había ejercido en la República y lo extrañaba del territorio nacional. El 21 de noviembre se hizo a la mar en la goleta Boliviana, llegando a Curazao al amanecer del día 23. Hay quienes lo juzgaron con aspereza “porque no plegó su conciencia a las imposiciones de la potestad civil “; otros objetaron su actitud.

 Es “lamentable a la verdad que alguna exagerada tenacidad en el procedimiento o una firmeza inoportuna en la forma de sus reclamos en pro de los intereses de la Iglesia, hiciera más bien contraproducente su acción y perjudicial para su causa una tan bella posición de energía episcopal”.

Se había llegado a un punto crítico. Los obispos de Mérida y de Guayana, Mariano de Talavera y Garcés; y Buenaventura Arias, respectivamente, se solidarizaron con el Arzobispo de Caracas y se negaron a jurar la Constitución, por lo que fueron expulsados del territorio nacional. Poco después, el Gobierno reconsideró su decisión y permitió el regreso del Arzobispo. Éste desembarcó en La Guaira en mayo de 1832, acompañado de Mariano de Talavera y Garcés ya que Buenaventura Arias había muerto en Río de Hacha. El Arzobispo se negó a aceptar razones temporales que favoreciesen en el país las prácticas de cultos distintos al catolicismo. Temía la libertad de  cultos. El Gobierno, por el contrario, esgrimió que para fomentar la inmigración extranjera y las ventajas que ésta traería era necesario decretar la libertad de cultos. Méndez se opuso a la construcción del cementerio y la capilla protestante en Caracas; y del papel que en ello había jugado el Cónsul británico. Quizás para un hombre de hoy el Arzobispo de Venezuela pecó de intransigente; quizás su celo se juzgue excesivo; para algunos su radical anti protestantismo convirtió el problema en un asunto internacional. Pero para una sociedad desorientada, recién salida de una guerra como la de la independencia, los protestantes representaban un elemento de cuidado, máximo cuando disponían de la imprenta. El seis de abril de 1833 el Gobierno decidió suprimir los diezmos eclesiásticos e instauró el sistema de asignaciones económicas para el clero. Estas medidas pretendían restar poder económico a la Iglesia y someter el clero a un mayor control por parte del Estado. El 18 de febrero de 1834 se decretó la libertad de cultos El segundo destierro de Méndez está íntimamente relacionado con la cuestión de los diezmos. Ante su negativa a aceptar las medidas se abrió ante la Corte Suprema de Justicia un proceso en su contra, en el que se  solicitó su expulsión por desacato absoluto a la autoridad civil. El fallo le fue desfavorable y en 1836 se le condenó al extrañamiento si no se sometía a la Ley de Patronato. Méndez se negó y así hubo de partir por segunda vez al exilio. Su figura creció en cada vez más en el Vaticano entre 1837 y 1839. Según Nicolás Navarro, la familia de Méndez guardó la tradición de que el Papa Gregorio XVI había acariciado en algún momento el propósito “ de hacerlo Cardenal, como un testimonio de su augusto reconocimiento de los sacrificios por él arrostrados en pro de la Religión”.

Esto no se ocurrió, como tampoco el que pudiera regresar a Venezuela. Murió en Villeta, Colombia, el 6 de agosto de 1839. En su última Pastoral expresó: “Olvidad también vosotros cualquier disgusto o pena que os hubiésemos causado. A pesar de nuestros trabajos, no hemos cesado de amar a los mismos que nos lo causaban; pero estando por comparecer ante el tribunal de Dios, añadimos a nuestro cristiano amor, la clara manifestación con que pedimos  perdón a cualquiera que en cualquier tiempo hubiésemos ofendido, y perdonamos de todo corazón cualquiera ofensa hecha a nuestra persona ”. .

Por decreto del 11 de febrero de 1876 el Gobierno manifestó su deseo y  resolución de trasladar las cenizas del “ilustre Prócer de la Independencia Sudamericana”,  Ramón Ignacio Mendéz al Panteón Nacional.

 En el centenario de su muerte sus restos llegaron a Caracas y desde 16 de diciembre de 1942 reposan en el Panteón Nacional. Un comentario final. No pretendemos que esta biografía sirva de ejemplo o modelo. Esta no es la función de la Historia. Tan sólo un homenaje a un hombre singular en la acción y en el pensamiento, que hizo, en palabras de Cecilio Acosta, “la vida deber duro y el honor necesidad”. Méndez fue un hombre de su tiempo y le correspondió una experiencia entre la Iglesia y el Estado, relaciones que ayer como hoy han sido difíciles a pesar del Concordato firmado en 1964.irrepetible. Son obviamente otros tiempos y otros los vaivenes de la República; otras las relaciones

 

sábado, 24 de febrero de 2024

"EL DIABLO" Antonio Nicolás Briceño

  En la historiografía venezolana, muchos personajes  de la gesta de independentista pasaron a la posteridad por sus grandes hazañas y proezas, pero también por otras cosas un tanto extrañas, entre ellos tenemos al General Antonio Nicolás Briceño, que se ganó desde muy niño el apodo de El Diablo Briceño.

Antonio Nicolás Briceño, nación en el pueblo de Mendoza, actual estado Trujillo el 29 de abril de 1782, su padre, Antonio Nicolás Briceño Quintero “el abogado” por ser el primer abogado en establecer un bufete en esa localidad  y Francisca Briceño Pacheco, durante su infancia tuvo un gran talento para lo
s actos sacramentales pero uno en particular le dio el apodo que lo marcó para toda la vida y pasó a la historia de Venezuela con ese nombre y es el papel de Diablo, estudió en Mérida y Caracas donde se graduó en derecho civil y canónico, como político, fu elegido como diputado por la Provincia de Mérida  al congreso de 1811, donde aparece como firmante de Acta de la independencia, de férreo carácter, este prócer trujillano caída la primera República se refugia en Curazao donde luego vuelve a Venezuela para comandar  una tropa liderada y financiada por él, pero a las órdenes de Bolívar  para hacerle frente a los realistas, durante su campaña, decretó un sistema poco convencional e inhumano para el ascenso militar y era por la cantidad de cabezas de españoles que le trajeran, quedando de la siguiente manera en una carta enviada al Coronel Neogranadino Manuel del Castillo: Se considera mérito suficiente para ser premiado y obtener grados en el ejército, presentar un número de cabezas de españoles europeos, incluso los isleños, y así el soldado que presente veinte será ascendido a Alférez vivo y efectivo; el que presentare treinta, a Teniente; el que presentare cincuenta, a Capitán, etc.

Otra de sus maneras de promover le temor de los españoles sean estos partidarios o no de la causa patriota es el escribir las cartas a Bolívar y otros  comandantes con la sangre de los mismos. Durante la vigencia del Decreto de Guerra a Muerte, este  mediante carta a Del Castillo en Cartagena de Indias escribió lo siguiente: Como esta guerra se dirige en su primer y principal fin a destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeo, incluso los isleños, quedan por consiguiente excluidos de ser admitidos en la Expedición por patriotas y buenos que parezcan, puesto que no debe quedar uno solo vivo, y así por ningún motivo y sin excepción serán rechazados.

Cuando se disponía a reunirse con sus familiares los Briceño Angulo en Barinas, este se vio traicionado y los realistas al Mando de José Yáñez lo captura y mediante juicio militar es condenado a muerte por fusilamiento por crímenes contra la corona, hecho ocurrido el 15 de junio de  1813, donde horas antes desde el calabozo gritaba: fusílenme pronto para no sufrir por más tiempo a los tiranos de la patria.

viernes, 28 de junio de 2019

Símbolos oficiales del Estado Carabobo


Los símbolos del estado Carabobo son hasta ahora el escudo, el himno y la bandera.

El escudo: El escudo fue decretado por el presidente del estado Dr. Francisco de Sales Pérez el 1° de mayo de 1905 y aprobado por ley de la asamblea legislativa (hoy Concejo Legislativo) el 12 de diciembre del mismo año.
El escudo está dividido en 2 cuarteles en sentido vertical. El cuartel inferior está representada la sabana de Carabobo con una Columba ática apoyada en el ribete inferior del escudo que tiene grabada la fecha de la batalla de Carabobo en su base y llega a la parte superior; a los lados de la sabana están una cepa de caña y una mata de café que eran los cultivos más generalizados en esa época. En el cuartel superior se encuentra la fortaleza  de Puerto Cabello  al momento de ser tomada por los lanceros patriotas montados a caballos cruzando el mar. En la mitad del escudo se encuentra una cinta que lleva inscrita las palabras latinas occasus servitutis que significa literalmente Ocaso de la servidumbre. A los lados del escudo se encuentran proyectadas hacia arriba dos cornucopias llenas de frutos y espigas y arriba del cuartel superior se encuentra el sol naciente. 




  Himno:   el 4 de abril de 1908 mediante decreto se llama a certamen para la letras y música del himno del estado, fueron designados para el jurado de la letra los ciudadanos Dr. Francisco de Salas Pérez, Pedro Castillo y Luis Pérez Carreño, el Bachiller Félix Delfín Ortega y el Sr. Joaquín Reveron, para la música fueron, Don Martin Requena, Pbro. Jacinto Piana, Br. Aquiles Antich, Luis Socorro y Miguel Denti. Resulto ganador la letra del poeta Santiago Guinán y la música de Sebastián Díaz Peña
Fue tocado por primera vez en la plaza Bolívar de Valencia el día de su proclamación como himno del estado por el presidente de la Asamblea legislativa  Estado Carabobo el Sr. Miguel María Manzo el 5 de julio de 1908


 CORO       
Por el sol que naciendo esclarece,
Carabobo tu heroico blasón,
la altivez de tus hijos ofrece
velar por el suelo que patria nos dio.

I
Renombre son tus páginas,
segura prez tu brazo,
cadenas tu regazo,
¡magnífica región!
No esclava de la púrpura,
radiando hermosa y libre,
del pecho salga y vibre autónoma tu voz.

II
Absorta, entre relámpagos,
miró mitad del globo,
del trueno, “Carabobo”,
¡nacer la libertad¡
Allí la sien olímpica
del lauro coronada,
allí la patria alzada
sobre el heroico altar.

III
De aquella raza indómita
que dio los lidiadores,
egregios redentores,
‘oh, Tierra’, es tu valor;
regalo de la pródiga,
gentil naturaleza,
tu cielo, tu riqueza,
tus gracias y tu sol.

IV
Te prestas el ardor bélico
aliento poderoso;
la ciencia, su reposo;
la fama, su sitial;
y el laborioso músculo,
nutrido en la fatiga
las mieses de la espiga
reporta a tu heredad.

V
Libertadora cólera,
potente armó su diestra;
de la inmortal palestra
¡tú tienes el laurel¡
Inerme bajo el lábaro
de austero patriotismo,
en las luchas del civismo,
tu espada sea la ley.

VI
No más el hierro bárbaro
de la civil contienda,
ni la expiatoria ofrenda
de sangre fraternal:
Cuando tu noble espíritu
anhele, active o ame,
a consagrar te llame
el culto de la paz.



Bandera: La bandera del Estado Carabobo fue creada por Conchita Zamora Mota, la ganadora de un concurso abierto en 1995. Reformada en el 2006 aunque solo se vario en la tonalidad de los colores y el tamaño del sol y el arco
Características
  • El color púrpura es la simbolizan de la sangre que derramaron nuestros libertadores en el campo de la Batalla de Carabobo en el hecho cumbre que sello nuestra emancipación. Honor y gloria a quienes dieron todo por libertar a Venezuela y el fondo púrpura de la bandera propuesta para Carabobo perenniza a nuestra gesta libertaria.
  • La franja azul que cruza todo el fondo purpurino en sentido horizontal, representa la importancia de Carabobo como estado con acceso al mar. El mar significa para Carabobo su universalidad.
  • El sol brillante justificado a la derecha de la bandera viene a representar la luz que vence las sombras. En Carabobo fue vencido el oprobio y en su lugar surgió resplandeciente el sol: astro mayor que ilumina los pasos hacia su integral desarrollo a todos los carabobeños.
  • Dentro de la luz que representa el sol, se yergue el más grande y notable monumento de Carabobo, para conmemorar la gesta magna con que consolida la nacionalidad. El Arco de Carabobo es indivisible de la esencia del carabobeño y por ello se justifica plena y completamente su representación en su bandera.
  • La línea verde representa la inmensa capacidad de producción agrícola y pecuaria del Estado Carabobo. El verde simboliza también la enorme potencialidad ecológica de Carabobo caracterizada en sus valles occidentales, sus campiñas y montañas.


ALGUNOS GUACAREÑOS ILUSTRES


Monseñor Román Lovera

Nació en Guacara en el año de  1841, se ordenó sacerdote en la ciudad de Barquisimeto en 1864. A su regreso a la ciudad de Caracas recibió el doctorado en teología. Fue vicario de Maracay en el año de 1871 y arcediano de la catedral de caracas en 1877. Preconizado como obispo de Mérida en 1880 y consagrado en 1881, donde pasó al mitrado de Mérida, donde murió en el ejercicio de su cargo.

Don Martín José Requena

Insigne pedagogo nacido en Guacara a fines del siglo XIX, donde se inició como docente en una escuela de la localidad. Participó en la dirección del colegio San Agustín y cuando  este fue cerrado, se trasladó a valencia donde fundó un colegio con el nombre de colegio Monseñor Ibarra, como tributo a la memoria de este ilustre mitrado. Después le cambio el nombre por el de colegio requena, con el cual cosecho vasta fama y una nutrida matricula
Hombre de vasta ilustración y activas ejecutorias, instaló en su colegio una imprenta propia para editar su periódico llamado el areópago en 1906, que redactaba en combinación con sus alumnos y desde sus columnas sostuvo las más enconadas polémicas con las figuras más altas del clero venezolano, aun cuando en su colegio enseñaban religión, sus polémicas le ocasionaron que una orden telegráfica del general Cipriano Castro, presidente constitucional de la república le cerrara el colegio y luego de un tiempo para el año 1910 Requena abandonó el país radicándose en la isla de puerto rico  donde murió

José Manuel Hernández

Nacido en Guacara el 14 de julio de 1900 cultiva la poesía y las artes plásticas desde muy joven. Gana un concurso y se dedica entonces a la pintura escenográfica, realizando hermosos decorados para la recordada compañía lírica dramática de Ramón Zapata y Enrique Lozada. En su bohemia, dilapidó sus sueños, dinero y juventud y después de algunas andanzas por las Antillas, se radica en valencia, al abrigo del amor con su esposa Corina.

MONSEÑOR FRANCISCO DE IBARRA Y HERRERA



Monseñor francisco de Ibarra y Herrera
Nació en Guacara el 19 de septiembre de 1726.
 Pariente de Diego y Andrés Ibarra, sacerdote, rector de la Real y Pontificia Universidad de Caracas entre los años 1754-1758. Estudio en el Seminario de Caracas y en la Real y pontifica Universidad de Caracas donde se graduó en Doctor en Cánones en 1750.
Primer obispo de Guayana  entre 1792-1799, aunque cuando se creó la Diócesis de Guayana, habían varios obispos postulados, el rey postuló a Ibarra ante el Papa Pio VI, para ser el primer obispo de la diócesis, además, el rey contaba con personas en Venezuela que ayudaron a que Ibarra sea nombrado Obispo, entre ellos, Francisco Saavedra, Fermín de San Sinenea y el Tcnel. José Pinto Patiño, que conocían muy bien a Venezuela como también los méritos y cualidades del postulado.
Fue elevado a la dignidad episcopal en 1791 y consagrado en Puerto Rico por Francisco Lacuenta.[1]
En la universidad de caracas fue catedrático (docente) de Cánones.  En el año 1767, luego de 20 años es jubilado como catedrático y obtiene el titulo respectivo de Catedrático Jubilado.
Primer Arzobispo de Caracas 1804-1806, como sacerdote fue teniente del vicario capitular Carlos Herrera en 1752-1753.
Como obispo de Guayana le toco organizar la diócesis, la construcción de una nueva catedral, el seminario de Guayana.
Por cuestiones de salud presenta su renuncia a la silla episcopal 4 veces entre 1792-1796. Varios personeros de Caracas tanto civiles como eclesiásticas lo propones para el obispado de caracas, es por eso que el Papa Pio VI despacha bula otorgándole tal cargo y es consagrado el 1 de mayo de 1800. En 1803 el Papa Pio VII elevó la Diócesis de Caracas en Arzobispado por real Cedula de 16 de julio de 1804.recibiendo el grado de arzobispo Metropolitano, primer Venezolano con ese título.
Murió el 19 de septiembre de 1806 a los 80 años tal como el mismo lo predijo.
Por decreto del 14 de junio de 1880 el presidente de los Estados Unidos de Venezuela ordena que los restos del Monseñor Ibarra sean trasladados al Panteón Nacional. [2]


[1] Tomado de Historia de la diócesis de Guayana por el cronista de ciudad Bolívar
[2] Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar tomo II, pág. 734

LA FIESTA DE SAN IGNACIO EN GUACARA


La tradición de celebrar cada 31 de julio la festividad a San Ignacio de Loyola en Guacara, surge como consecuencia de un incidente que se presentara en el siglo diecinueve, época en la cual dependían sus habitantes de la agricultura para su sustento. En un sembradío de maíz, próximo a cosechar en las tierras cercanas al Lago de Valencia, al que los pobladores llamaban la Laguna, y en un lugar conocido como Ñaraulì, se desató un voraz incendio que dejo atónitos a los campesinos que, desesperados corrían a sacar aguas de una quebrada cercana al lugar en cuanto envase encontraban a la mano: totumas y camazas se hacían insuficientes para apagar el fuego devastador que aumentaba cada vez más debido a lo seco del maizal, acabando con el sacrificio de hombres y mujeres que por varios meses cuidaban la siembra que le generaría sus ingresos hasta la próxima cosecha.
Ramón Cacique un campesino nacido en Ñaraulì, corrió velozmente hacia el rancho que le servía de vivienda junto a su mujer y sus dos hijos, y bajó de una repisa que le servía de altar la imagen de San Ignacio de Loyola, al que anualmente, el 31 de julio los campesinos le celebraban su fiesta con rezos, oraciones, canciones y bailes al compás del cumaco, implorándole para que sus cosechas fuesen provechosas, y a cuya celebración también se sumaban los vecinos que vivían en los caseríos aledaños como Bejuquero, Tunitas, Indio Negro, La Iturricera, Cabeza e ‘Vaca y Mocundo.
Ramón con la imagen en sus manos salió del rancho en veloz carrera hasta la quebrada que atravesaba las tierras de Ñaraulì ; zambulló al Santo tres veces en sus aguas, lo tomó entre sus manos, lo apretó a su pecho desnudo y se dirigió hasta donde hacia estragos la candela, extendió con él sus brazos hacia el cielo implorándole al Señor para que el fuego no continuara arrasando el sembradío, se arrodilló, lo colocó en el suelo, y se alejó hasta donde estaban cabizbajos los demás campesinos mirando atónitos cómo se perdían sus esfuerzos de tantos años.
Inesperadamente el fuego se apagó al llegar donde Ramón había colocado la imagen de San Ignacio, la cual medía escasamente cuarenta centímetros. Corrieron todos hacia él y se sorprendieron al verla y tocarla porque aún permanecía mojada, sin que el fuego abrasador, que le llegó a dos cuartas, rodeándola totalmente no la hubiese destruido.
¡Se salvó la cosecha, es un milagro! gritaban los campesinos llenos de alegría, abrazándose unos a los otros.
Después de este acontecimiento y ahora con mucha más razón, en Ñaraulì se acrecentó la fe en San Ignacio, y sus habitantes por muchos años más continuaron celebrando las festividades venerándolo ahora con más fervor por lo acontecido cuando veían quemar sus sacrificios.
Se fue poblando Guacara y emigrando los campesinos hacia el pueblo en busca de mejor forma de vida, y San Ignacio también se vino con ellos. Prosiguieron celebrándole su fiesta religiosa debajo de un frondoso árbol de Castaño en la calle Marqués del Toro, entre la calle del ganado, hoy Negro I y la calle Páez, donde los campesinos traían desde sus conucos caña de azúcar, racimos de plátanos y cambures, mazorcas de maíz jojoto adheridos a sus tallos, los cuales enterraban en las orillas de la calle para que al levantar el santo, a las cuatro de la tarde para llevarlo en procesión hasta la iglesia, pudieran los asistentes al culto religioso, hombres y mujeres, quienes desde tempranas horas de la tarde se colocaban cerca de la planta enterrada para arrancarlas del suelo o cortar con filosos cuchillos y machetes los racimos y las mazorcas tiernas para llevarlos hasta sus hogares.
Se mantiene la tradición hasta mediados de los años cincuenta cuando emergen las primeras industrias en el pueblo de Guacara y se comienza a sentir un aire de progreso. Los campesinos son atraídos por las primeras industrias que se instalan y se van desentendiendo del trabajo en el campo y van en la búsqueda de empleo en las fábricas.
Un campesino guacareño de nombre Juan Martínez Cazorla ( Juan León ), fiel creyente en San Ignacio, dona parte del patio de su vivienda para que en el se le construya una capilla con el fin de seguir venerándolo cada 31 de julio, fecha en la cual murió en Roma, el año 1556 el fundador de la Congregación de la“ Compañía de Jesús “ lo cual se logra mediante la colaboración de muchas personas, lugar que comparte con el Cristo en la calle Girardot, donde se continúa celebrando su fiesta religiosamente, sin la presencia de campesinos como lo era antes y sin los tradicionales frutos cosechados en la tierra, ni el golpe de cumaco con sus canciones y versos salidos de las gargantas de sus seguidores.
Contribuciones provenientes de devotos hacen posible la celebración de la procesión hasta la iglesia y la misa en su honor. La fe sigue viva, pero ya no se le pide para lograr mejores cosechas en el campo, porque los sembradíos desaparecieron al igual que los caseríos donde se le veneraba, queda Mocundo y una veintena de barrios aledaños que han poblado la zona.