RAMON IGNACIO MÉNDEZ (1761-1839).
Manuel
Donís Ríos (*)
Ramón
Ignacio Méndez De la Barta nació en la ciudad de Barinas en 1761, en el seno de una familia de grandes
posibilidades económicas y de bien ganada reputación como personas
distinguidas, correctas y generosas. En 1790 se trasladó a Caracas y se ordenó
de sacerdote en 1797. Dos años después obtuvo el grado de Doctor en Cánones y
al siguiente el doctorado en Derecho Civil. Por esta preparación y su gran
capacidad de trabajo, el obispo de Mérida Hernández Milanés lo nombró su
Provisor y Vicario General. Fue profesor de Derecho Canónico y en 1805, Rector
del Real Colegio Seminario de San Buenaventura de Mérida.
Asistió
como diputado por Guasdualito al Congreso Constituyente de 1811. En la sesión
del 3 de julio, luego de un serio enfrentamiento con Miranda que casi llegó a
los golpes, pidió le resolvieran una seria contradicción: Quienes deseaban
proclamar la independencia eran los mismos que a partir de 1808 se habían
declarado los más fieles vasallos de la Corona española. Una vez aclarado el
punto por el diputado Juan Germán Roscio, el padre Méndez suscribió la
independencia absoluta de Venezuela.
Fue
víctima del movimiento represivo desatado a raíz del desconocimiento de la
Capitulación de San Mateo por Domingo de Monteverde. Preso en Barinas, fue
llevado al castillo de Puerto Cabello y luego liberado en septiembre de 1812.
Cuando Bolívar pasó por Barinas en1813 en medio de su Campaña Admirable lo
nombró Gobernador Supremo Eclesiástico, recomendándole que se esforzara en
pedirle al clero el patriotismo de los pueblos, con la finalidad de que de
forma unánime contribuyeran a restablecer la independencia y libertad del resto
de Venezuela.
En 1816
Méndez se incorporó al ejército de Páez y estuvo en las acciones de Trinidad de
Arichuna, batalla de El Yagual y toma de Achaguas.
En
su Autobiografía Páez destaca que
en El Yagual los clérigos Ramón Ignacio Méndez N.
Becerra, Trinidad Travieso y el coronel presbítero José Félix Blanco “ vinieron
a participar en la lucha y dieron con su ejemplo y sus palabras gran ánimo a
los combatientes ”. Una faceta del padre Méndez que lo muestra valiente en los
momentos difíciles en los que hay que serlo. Capellán pero con una lanza en la
mano, a caballo, partiendo como un rayo hacia las primeras líneas, jadeante,
sudado él y su cabalgadura, en el lugar donde se decide la contienda, animando
con su palabra y su ejemplo, echando por tierra lo que para la Iglesia debía
ser el comportamiento de un capellán castrense.
Méndez
cambió la lanza por el atavío del parlamentario a partir de 1819. Estuvo
presente en Angostura para el momento en que se instaló en dicha ciudad el
célebre Congreso. Fue Senador en los Congresos de Colombia en 1821, 1823, 1824,
1825 y 1826. En todos se distinguió. Acepté ese oficio, dijo, “ tanto por responder al deseo de estos religiosos
pueblos, como para no omitir cuanto pudiera hacerse en bien de la religión y de
la Patria”.
En 1826
fue expulsado de la Cámara por abofetear al senador Diego Gómez durante una
acalorada discusión en el Senado cuando se discutía el proyecto de ley sobre la
edad en que habían de hacer sus votos religiosos los individuos de ambos sexos.
Resulta una constante hacerse eco del carácter violento e intolerante del arzobispo
Méndez. Gil Fortoul dijo de él que era “un cura de armas tomar y golpes dar”.
Para algunos su intransigencia trajo como consecuencia los conflictos y
desavenencias con el Estado que tanto daño hicieron a la Iglesia. Tenía un
carácter recio y muy firme, sin duda, pero estaba en función de los intereses
de la Iglesia. Al revisar sus escritos resaltan de inmediato sus dotes de
espíritu, su cultivada mentalidad, la entereza de su carácter y resulta
imposible tacharlo de ignorante ni de corrompido. Directo en sus observaciones,
enemigo de atajos, pastor diligente y celoso, ardoroso en la defensa de los
derechos de la Iglesia, rechazó toda imposición del poder civil sobre los
privilegios de la Iglesia; de allí su posición cerrada y de enfrentamiento con los
representantes del Estado.
Como
sobreviviente del antiguo orden de cosas, se identificó con los ideales
políticos de Bolívar, quien, dejando de lado el lenguaje directo e hiriente de
sus relaciones con la Iglesia Católica, se inclinaba hacia una posición más
conservadora que permitiera mejorar las relaciones con la Santa Sede. En 1827
el Libertador recomendó su nombre al Congreso para que ocupara la silla
episcopal de Caracas. Electo, Méndez prestó el juramento de cumplir la
Constitución y Leyes de la República en Bogotá, el 19 de julio de 1827. En
enero de 1828 fueron recibidas las Bulas de institución expedidas el 20 de mayo
de
1827, luego de su confirmación el 25 de junio de este mismo año por León XII. Méndez pasó a Mérida y allí fue
consagrado. Entró en Caracas el 11 de mayo de 1829 y fue recibido en medio del
regocijo general que con José Antonio Páez, jefe superior civil y militar del
Departamento de Venezuela, a la cabeza saludó al glorioso veterano de la
independencia, convertido en pastor espiritual de la Iglesia venezolana.
Se
iniciaba así, con los mejores augurios, el mandato de Ramón Ignacio Méndez,
primer Arzobispo de la era republicana. Se encontró con un nuevo Estado y unas
elites recelosas producto de las pugnas y tensiones acumuladas durante la larga
contienda. Estas, sin los líderes religiosos que la orientasen, se revistieron
gradualmente de una posición anticlerical que apuntaron a fortalecer un
catolicismo independiente de la Santa Sede. La francmasonería, por su parte,
estimulaba el sentimiento anticlerical.
La situación
política interna y externa del país era difícil y se complicó aún más a partir
de 1826 con La Cosiata. Las tendencias partidistas iban en diferentes
direcciones: bolivarianismo, paecismo y santanderismo. Méndez se mostró
favorable a la dictadura de Bolívar en 1828 y por ello se ganó la enemistad de
muchos venezolanos respetables, pero no
se crea que esta adhesión era irreflexiva o producto de una admiración sin
límites, o de una amistad profunda. No. El Arzobispo vio en Bolívar la “única
salvación de la moralidad, el orden civil y la religión” de Colombia. En las
Actas del Congreso de Colombia de 1821 hay un voto salvado de Méndez que demuestra hasta dónde llegaba su
rectitud y sensatez como hombre público. Se discutía un proyecto de decreto en
relación con los honores y premios a los héroes de Carabobo y una de las
disposiciones ordenaba la colocación en los salones del Senado y la Cámara de
Representantes del retrato del Libertador. Algunos diputados llegaron a pedir
que se colocara dicho retrato bajo el solio de la Presidencia, pero Méndez
consideró que el proyecto era inconveniente y que sentaba “ un precedente
funesto para la república y contrario a los propios sentimientos de Bolívar ”.
Con igual celo y energía se propuso resolver los inmensos problemas de su
diócesis. Combatió enérgicamente todo aquello que consideró un atentado al
dogma y contrario a la autoridad de la Iglesia. Se empeñó en lograr la
resurrección del Seminario, esforzándose por reunir los pocos religiosos
existentes. Las relaciones entre el Estado y la Iglesia se hicieron más
difíciles. El Estado se empeñó en desarrollar un proceso de secularización y
subordinación de la Iglesia al poder civil, lo cual pasaba por la disminución
de los fueros y facultades de la Iglesia, la libertad de cultos, la eliminación
de los diezmos, la promulgación de la ley de asignaciones eclesiásticas, la
regulación de los réditos píos, la disminución de los días festivos y la
secularización de la enseñanza, entre otros aspectos. El eje de todo era el
Patronato eclesiástico. Para el Estado, la institución eclesiástica debía estar
supeditada al Estado. Para la Méndez esto era
inadmisible. En carta a Páez fijó su posición: “ La Iglesia y su divino
Fundador me han enseñado cuándo es que esta ley originaria y sobrenatural es
violada, y cuál es la firmeza que, como Obispo, debo oponer a las maquinaciones
de la impiedad e irreligión. Toda consideración, todo respeto, toda prudencia
que no sea sino humana, me está absolutamente prohibida, y la misma vida es el
menor sacrificio que debo ofrecer, antes de concurrir de cualquier modo, ¿ qué
digo ? antes de callar siquiera, al ver amenazadas y en peligro la religión y
la Iglesia ”. Méndez se negó a jurar la Constitución de 1830. Sus objeciones de
fondo: El texto constitucional omitía cuál era la religión del Estado; y no
señalaba expresamente que la religión del Estado era la católica. . El 17 de
noviembre de 1830 el Gobierno lo declaró privado de su autoridad y jurisdicción
eclesiástica que hasta ahora había ejercido en la República y lo extrañaba del
territorio nacional. El 21 de noviembre se hizo a la mar en la goleta Boliviana,
llegando a Curazao al amanecer del día 23. Hay quienes lo juzgaron con aspereza
“porque no plegó su conciencia a las imposiciones de la potestad civil “; otros
objetaron su actitud.
Es “lamentable
a la verdad que alguna exagerada tenacidad en el procedimiento o una firmeza
inoportuna en la forma de sus reclamos en pro de los intereses de la Iglesia,
hiciera más bien contraproducente su acción y perjudicial para su causa una tan
bella posición de energía episcopal”.
Se
había llegado a un punto crítico. Los obispos de Mérida y de Guayana, Mariano
de Talavera y Garcés; y Buenaventura Arias, respectivamente, se solidarizaron
con el Arzobispo de Caracas y se negaron a jurar la Constitución, por lo que
fueron expulsados del territorio nacional. Poco después, el Gobierno
reconsideró su decisión y permitió el regreso del Arzobispo. Éste desembarcó en
La Guaira en mayo de 1832, acompañado de Mariano de Talavera y Garcés ya que
Buenaventura Arias había muerto en Río de Hacha. El Arzobispo se negó a aceptar
razones temporales que favoreciesen en el país las prácticas de cultos
distintos al catolicismo. Temía la libertad de
cultos. El Gobierno, por el contrario, esgrimió que para fomentar la
inmigración extranjera y las ventajas que ésta traería era necesario decretar
la libertad de cultos. Méndez se opuso a la construcción del cementerio y la
capilla protestante en Caracas; y del papel que en ello había jugado el Cónsul
británico. Quizás para un hombre de hoy el Arzobispo de Venezuela pecó de
intransigente; quizás su celo se juzgue excesivo; para algunos su radical anti
protestantismo convirtió el problema en un asunto internacional. Pero para una
sociedad desorientada, recién salida de una guerra como la de la independencia,
los protestantes representaban un elemento de cuidado, máximo cuando disponían
de la imprenta. El seis de abril de 1833 el Gobierno decidió suprimir los
diezmos eclesiásticos e instauró el sistema de asignaciones económicas para el
clero. Estas medidas pretendían restar poder económico a la Iglesia y someter
el clero a un mayor control por parte del Estado. El 18 de febrero de 1834 se
decretó la libertad de cultos El segundo destierro de Méndez está íntimamente
relacionado con la cuestión de los diezmos. Ante su negativa a aceptar las
medidas se abrió ante la Corte Suprema de Justicia un proceso en su contra, en
el que se solicitó su expulsión por
desacato absoluto a la autoridad civil. El fallo le fue desfavorable y en 1836
se le condenó al extrañamiento si no se sometía a la Ley de Patronato. Méndez
se negó y así hubo de partir por segunda vez al exilio. Su figura creció en
cada vez más en el Vaticano entre 1837 y 1839. Según Nicolás Navarro, la
familia de Méndez guardó la tradición de que el Papa Gregorio XVI había
acariciado en algún momento el propósito “ de hacerlo Cardenal, como un
testimonio de su augusto reconocimiento de los sacrificios por él arrostrados
en pro de la Religión”.
Esto no
se ocurrió, como tampoco el que pudiera regresar a Venezuela. Murió en Villeta,
Colombia, el 6 de agosto de 1839. En su última Pastoral expresó: “Olvidad
también vosotros cualquier disgusto o pena que os hubiésemos causado. A pesar
de nuestros trabajos, no hemos cesado de amar a los mismos que nos lo causaban;
pero estando por comparecer ante el tribunal de Dios, añadimos a nuestro
cristiano amor, la clara manifestación con que pedimos perdón a cualquiera que en cualquier tiempo
hubiésemos ofendido, y perdonamos de todo corazón cualquiera ofensa hecha a
nuestra persona ”. .
Por
decreto del 11 de febrero de 1876 el Gobierno manifestó su deseo y resolución de trasladar las cenizas del
“ilustre Prócer de la Independencia Sudamericana”, Ramón Ignacio Mendéz al Panteón Nacional.
En el
centenario de su muerte sus restos llegaron a Caracas y desde 16 de diciembre
de 1942 reposan en el Panteón Nacional. Un comentario final. No pretendemos que
esta biografía sirva de ejemplo o modelo. Esta no es la función de la Historia.
Tan sólo un homenaje a un hombre singular en la acción y en el pensamiento, que
hizo, en palabras de Cecilio Acosta, “la vida deber duro y el honor necesidad”.
Méndez fue un hombre de su tiempo y le correspondió una experiencia entre la
Iglesia y el Estado, relaciones que ayer como hoy han sido difíciles a pesar
del Concordato firmado en 1964.irrepetible. Son obviamente otros tiempos y
otros los vaivenes de la República; otras las relaciones